EDITORIAL
CHAMAQUEADOS
En lo que nadie o casi nadie de los priistas, panistas y en general oposición actual ha reparado es en que en las pasadas elecciones del 2018 hubo una mayoría aún más amplia, del 56% del electorado, que la obtenida por el candidato presidencial ganador.
Una mayoría que votó al Congreso de la Unión por partidos distintos a los que conformaron la coalición Juntos Haremos Historia.
Fueron más los mexicanos (28.9 millones en Diputados y 28.5 millones al Senado) quienes a través de su voto optaron por construir un contrapeso legislativo al actual titular del Ejecutivo que aquellos que otorgaron su respaldo a la coalición ganadora en el Congreso (24.5 millones y 24.7 millones, respectivamente).
Hubo más de cinco millones de votantes del presidente de la República que, al mismo tiempo, sufragaron a la Cámara de Diputados y al Senado por partidos hoy opositores.
En los últimos meses nadie se ha dedicado al análisis suficiente de revisar el hecho de que si bien los partidos de la coalición ganadora no reunieron la mayoría de votos al Congreso de la Unión, cuentan -inexplicablemente- con la mayoría de los asientos en ambas cámaras
Entonces, el que exista mayoría en el Congreso sin haber cosechado la mayoría en las urnas implica que los partidos del gobierno estén sobrerrepresentados en el Poder Legislativo mientras que la oposición esté subrepresentada, esto es: Que se dé una disonancia entre la voluntad popular expresada a través del sufragio y el reflejo de ese mandato en la conformación del parlamento.
O, para decirlo de manera cristiana: La firma de coaliciones es más fuerte que el voto popular, y esto es ilegítimo, pero nadie ha reparado en ello.