*Resultado de sus traumas como persona
y ventiladas como Presidente, el caso de
Juan Manuel Jiménez es ejemplo del
enfrentamiento fratricida.
Enviado por Carlos Ramos.-
Seguí desde la primera declaración, digamos oficial, de ADN40 y la cascada de reacciones luego de la golpiza que recibió nuestro compañero Juan Manuel Jiménez.
Estaba ahí, en la vía pública como un ciudadano más que cumple con la ley y que da la cara y no se la cubre como esos manifestantes cobardes que salen a agredir con capuchas, pasamontañas o paliacate en el rostro.
Juan Manuel además estaba trabajando, dignamente y con decoro, ejerciendo lo que todos reclamamos, el derecho a la información.
Daba cuenta de lo que ocurría en ese momento, ni siquiera aplicaba uno de los más comprometidos géneros del periodismo: el editorial.
He atendido los mensajes y reportes desde Ricardo Salinas Pliego, Luciano Pascoe y muchos periodistas y amigos, molestos con este cobarde y artero ataque.
Me llamó la atención la decencia y estatura que mostró Don Juan Manuel Jiménez, padre del joven agredido y reproduzco sus líneas:
“Reconozco el trabajo de las autoridades del @GobCDMX por aprehender a la persona que físicamente agredió a mi hijo @juanmapregunta. Ahora, falta aprehender a la persona que al parecer instruyó atacarlo y lo que haya atrás de esto!”.
Valoro su entereza pero en esta ocasión me muestro contrario a “reconocer” el trabajo de las autoridades y por varias razones.
Es su obligación, primero prevenir y después, de comprobar un ilícito sancionar. Para eso están, para eso buscaron estar y no nos están haciendo un favor.
Los que hoy gobiernan, antes a eso se dedicaban, a los bloqueos, a las marchas y plantones, a desestabilizar y hoy dicen que el ejercicio público en las calles es una “provocación”.
Esas autoridades no sólo no han impedido los crímenes, las muertes van en ascenso y los feminicidios también. Nunca antes el país y la CDMX habían estado en tal situación de alerta, miedo y emergencia.
He sostenido que desde el poder (y ahí quedan mis notas y artículos) han radicalizado, generado fracturas sociales, erosionado al tejido comunitario, descalificando y muchos periodistas han visto vulnerado sus derechos humanos, han sido atacados por ejercer el periodismo, han sido exhibidos como corruptos y muchos, muchos asesinados.
Y en alto porcentaje, todo queda en la impunidad. Lo ocurrido a Juan Manuel no es casual, ni aislado, ni fortuito. Es la consecuencia de alentar a bandas de reventadores como los anarcos, a convencer a la gente que por mucho daño y delitos que cometan no se van a “criminalizar” sus actos.
Si como intuye Don Juan Manuel, atrás de este golpe a su hijo hay instrucciones de alguien, pues las cosas van de mal en peor.
En ADN40, quienes ahí trabajamos recibimos el absoluto apoyo de los directivos, se nos motiva a la superación y al compañerismo. Se exige respeto al televidente y un esfuerzo diario adicional a la superación y excelencia.
Hoy ser reportero o comentarista significa está de tiro al blanco para hacerle un favor al político en turno que se siente ofendido por una crítica o calificación pública.
Muchos colegas están bajo amenaza, bajo presión de ser, como su hijo, atacados. Nada hay que reconocer a gobiernos que enfrentan entre fifís y chairos, términos además favorecidos por ellos.
Ningún reportero con micrófono en mano es neonazi o ternurita o conservador resentido.
En México, desde arriba y con la ley se debe respetar el derecho legítimo a la expresión, a la información, a la manifestación y a la seguridad y ninguna se está cumpliendo.
Cuando podamos, como años atrás, salir a las calles a jugar, al parque a divertirnos, a la escuela a aprender, y las autoridades todas se den a respetar, entonces y sólo entonces quizá podamos “reconocer” lo que hacen por la patria y por sus habitantes.
Antes de eso, mientras ocurra ataques como a Juan Manuel lo que nos queda en la fuerza es reclamar, exigir y exhibir.
De no hacerlo así, caeremos en el Síndrome de Estocolmo: trastorno psicológico temporal que aparece en la persona que ha sido secuestrada y que consiste en mostrarse comprensivo y benevolente con la conducta de los secuestradores e identificarse progresivamente con sus ideas, ya sea durante el secuestro o después de este.
Con sus variantes, resulta que ahora tenemos que guardar gratitud a las autoridades por arrebatarnos el derecho a regresar sanos y con vida a casa.