Enviado por Roberto Cienfuegos.-
Tiene Andrés Manuel, una extendida experiencia política, sin duda. Se dice fácil pero haber competido en dos contiendas presidenciales hasta ganar la tercera, debería abonar y mucho en su ejercicio del poder, que a escala menor, ya desempeñó al frente del gobierno de la mayor ciudad de México.
No olvidar nunca que se aprende más de los fracasos que de los éxitos y Andrés Manuel López Obrador acumula dos derrotas históricas, tanto o más grandes que su triunfal camino a Palacio Nacional.
De admirar su tozudez, también sin duda. Muchos, la mayoría yo diría, abandona la pelea cuando le han propinado una severa golpiza. A López Obrador lo tundieron dos veces.
Entre sus desaguisados figura de manera sobresaliente el haber aceptado la proclamación en 2006 por la Convención Nacional Democrática de presidente legítimo y aún terciarse al pecho una banda presidencial que le colocó la entonces senadora Rosario Ibarra de Piedra, en una ceremonia en el zócalo capitalino, la mayor plaza pública del país.
Allí mismo, la escritora Elena Poniatowska, le entregó las conclusiones de la Convención Nacional, que incluía 20 puntos que serían los ejes de la gestión del “gobierno legítimo”. Pero eso es ya historia.
Desde entonces, hace 12 años, López Obrador prometió defender el patrimonio y la soberanía del pueblo, el mismo que esta vez le retribuyó con creces absolutamente insospechada su trajinar político, o dicho de otra forma, su prolongado y fatigoso recorrido nacional rumbo al Palacio Nacional.
De manera abrumadora, una inmensa mayoría de electores mexicanos lo respaldó en esta su tercera campaña por la presidencia del país.
Unos por convicción propia en las propuestas de López Obrador, muchos otros porque están desilusionados del rumbo nacional y otros más porque quisieron impedir que una ventaja eventualmente pequeña animara ya una disputa postelectoral o incluso el recurso siempre latente y aún presente de la trampa y el embuste.
Hay que aceptar que la persistencia “lopezobradorista” dio sus frutos, mucho más que lo que él mismo -estoy cierto- pudo haber imaginado en la víspera electoral.
Su partido, Morena, gobernará más de la mitad de la población mexicana. Increíble que en apenas dos años, Morena haya prácticamente barrido la estructura partidista del país, que quedó en verdad hecha trizas y tendrá que refundarse.
Asistimos, querámoslo o no, a un escenario político inédito e inusitado. Nuestra generación electoral suma ya la experiencia de la asunción presidencial panista en el 2000. Fue un fiasco mayor.
Vicente Fox se hizo pequeño apenas llegó a la residencia oficial de Los Pinos, pese a sus promesas fatuas de que no le fallaría al país, hechas a los pies de El Ángel de la Independencia en el corazón de Reforma. Fox traicionó su palabra y al país que lo eligió.
Ese recuerdo y más aún la frustración nacional aún laten entre los mexicanos que, una vez más, relevan el PRI de Los Pinos y de una enorme extensión territorial del país para renovar su esperanza.
López Obrador recibe una oportunidad histórica, que ha buscado por casi 20 años. Ojalá y por el bien del país pase a la historia como “un buen presidente”, conforme a su legítima ambición, confesada públicamente.
Es “un político profesional”, pero me pregunto si se conformará con esto o alcanzará otra talla. Ojalá. No podemos esperar o desear otra cosa.