Redacción.-
Para usted quizá es muy fácil, muy sencillo porque luce en sus manos un iPhone o Android, de acuerdo a sus posibilidades, pero la realidad suya no es la de todos.
Casi 40 por ciento de los hogares no tienen acceso a internet, y el porcentaje de casas con computadores es aún más bajo. Algunos países aprovechan recursos disponibles como la radio y la TV; otros, con precarios servicios públicos, no pueden hacerlo. La infraestructura básica marca diferencias estructurales.
La estrategia a simple vista es sencilla: la maestra les manda tareas por el teléfono y los niños en casa solos o con el apoyo de sus padres la realizan, obvio no es igual porque la maestra en el aula les enseña, esa es su labor, mostrarles académicamente lo que deben aprender para enfrentarse a cada eslabón que van hilvanando a su vida y además en la escuela pueden convivir con sus compañeros, niños de la misma edad, con sus mismas inquietudes.
Hay quienes viven fuera de la mancha urbana y ya quisieran contar con los servicios primarios elementales tales como agua y energía eléctrica, que van a saber de internet.
Ahí se quedan rezagados ya con todo un ciclo escolar a distancia y ellos solo se dan cuenta que la escuela a donde iba está cerrada.
Las distancias son muchas y la maestra no acude a sus domicilios, está en la creencia que al menos acceden al programa vía televisión, pero además de no tener internet no tienen luz, el aparato televisor puede estar en un cuarto de su casa, pero sin energía eléctrica es imposible.
Otros sectores sufren de la suspensión de la energía a determinadas horas, tampoco saben de clases y mejor se van a los cruceros a ver que les da la gente si les limpian el parabrisas o buscan un ingreso para llevar a casa, sus padres les han dicho que de nada les sirve la escuela y ahora que es a la distancia menos.
Tenemos una crisis sobre otra, una emergencia sobre otra. Esto, lo que ha hecho es agravar lo que sucedía antes de la cuarentena. Por eso, cuesta pensar que sea un éxito el ciclo escolar a distancia, el anterior y este.
De acuerdo a una investigación especial de Aristegui hay muchos chicos en América Latina que viven en situaciones de pobreza casi extrema.
Sin los recursos básicos, sin servicios de agua potable ni electricidad, por supuesto, no pueden acceder a clases dadas ni por radio, ni por televisión, ni a través de un medio digital. Si no hay electricidad en un sitio, es muy difícil llegar a ellos.
Tal es el caso de Venezuela, donde el Observatorio Nacional de Servicios Públicos local publicaba en junio de 2019 que solo 75 por ciento de la población tenía acceso continuo a electricidad, y 54 por ciento de los consultados informaba de apagones varias veces al día, una situación que se ha agravado en el último año.
Este estudio contrasta con el acceso del 100 por ciento que reporta el gobierno de este país al Banco Mundial, y con la media de acceso a electricidad en América Latina, que es del 98 por ciento. Y es que la educación a distancia se emplea en todo el mundo.
Esa baja cobertura en los servicios públicos esenciales es apenas uno de los factores adversos. La efectividad de los programas gubernamentales de educación a distancia está ligada a la conectividad y al acceso a las plataformas tradicionales.
Es así como, desde el cierre de las escuelas, la brecha digital, que se define a partir del acceso a banda ancha fija, a dispositivos tecnológicos y a los conocimientos para usarlos, también exacerba la desigualdad en América Latina y el Caribe.
En la región, 39 por ciento de los hogares no tienen acceso a internet, de acuerdo con un informe del Monitor Global de Educación de la Unesco, publicado en mayo del 2020.
El estudio, que solo consideró a los países que decretaron el cierre nacional de sus escuelas, advierte sobre la gravedad de que más de un tercio de los estudiantes matriculados no puedan alcanzar la educación virtual, debido a que más del 60 por ciento de las alternativas nacionales de aprendizaje a distancia (de todo el mundo) dependen exclusivamente de plataformas en línea.
“Estos estudiantes, la mayoría de las veces de hogares rurales o de bajos ingresos, están excluidos de facto de las alternativas nacionales de aprendizaje en línea durante los períodos de confinamiento”, señala la publicación.
En América Latina y el Caribe, de acuerdo con cálculos propios basados en mediciones de la Unión Internacional de Telecomunicaciones, la suscripción de banda ancha fija es de alrededor del 14 por ciento. La media del acceso a computadores es del 35 por ciento.
Muchos niños no tienen internet y la mayoría de los profesores no estaban preparados para manejar la tecnología, no hay instrucción mediada por la tecnología. A cambio, cada 15 días recibe las guías de lo que debe hacer en cada asignatura.
La situación es igual en primaria y bachillerato: A los que tienen celular, les mandan las tareas por ahí. A los demás hay que darles guías impresas que los papás recogen en la institución.
La conectividad es muy baja, especialmente para los estudiantes más vulnerables. La interacción con la escuela ha sido en algunos casos imposible. Apenas el 40 por ciento de las escuelas primarias tiene acceso a internet.
Y las diferencias son muy altas en comparación con zonas rurales, donde puede ser del 20 por ciento, en contraste con urbanas, que pueden alcanzar el 60 por ciento. La situación es aún más crítica en los hogares.
Cuba es un ejemplo de esto. De acuerdo con Freedom House, una organización civil dedicada a la defensa de la democracia y los derechos humanos, hasta diciembre de 2019, solo 67 Mil hogares tenían conexiones legales a internet. Según datos, este grupo representa solo el 28 por ciento. En el país, el acceso público a este servicio fue aprobado apenas en 2013.
Al reanudar las clases este lunes, la falta de conectividad a internet que padecen el 39 por ciento de los hogares latinoamericanos, las diferencias de oportunidades de acceso a computadoras y la poca estimulación en los hogares de niños vulnerables darán origen a grupos escolares con condiciones académicas y emocionales muy variadas.
Lo más triste es que vamos a ver unas brechas que se van a agrandar. No sabemos cuál va a ser la magnitud, pero sabemos que aumentará.
Imaginemos a un chico que tiene un dispositivo y una conectividad razonable, vive con su familia y tiene una habitación individual, y comparémoslo con uno que tiene la misma computadora, el mismo tipo de conectividad, pero su contexto es una habitación muy sencilla que comparte con sus papás y tres hermanos.
Evidentemente, el entorno no es el mismo, y ese entorno es fundamental para que se puedan dar situaciones de aprendizaje. La brecha de habilidades digitales se puede resolver rápidamente, con una política organizada, pensada y planificada. El problema es el contexto donde viven los chicos.
En marzo de 2020, cuando se inició el cierre de escuelas por la pandemia, Bernt Aasen, director Regional de Unicef para América Latina y el Caribe, advertía sobre los riesgos que representaba para la niñez la interrupción de clases, e invitaba al uso de otras herramientas no digitales para paliar la desconexión.
“Si el cierre de la escuela se extiende aún más, existe un gran riesgo de que los niños se retrasen en su aprendizaje y tememos que los estudiantes más vulnerables nunca regresen a la escuela. Es vital que no dejen de aprender desde casa”.
“Para continuar su educación en el hogar, se deberán utilizar todas las herramientas y canales disponibles, ya sea por radio, televisión, internet o teléfonos celulares. Solo podremos enfrentar este desafío a través de un esfuerzo conjunto de los gobiernos, el sector privado, padres e hijos”.
No hay duda de que la televisión y la radio son una opción para mitigar el impacto del cierre de las clases presenciales. Pero también es un hueco adicional en la brecha de la desigualdad porque los niños que tienen que basar en ellas su aprendizaje no están desarrollando sus habilidades digitales, tan necesarias en el mundo actual.