Editorial
Las Encuestas
El Gran Negocio en estas campañas políticas, sin lugar a dudas son las Casas Encuestadoras, que se han convertido en una autoridad electoral de facto. Los reportes anticipados respecto a la intención de voto de la población han terminado por convertirse en veredictos categóricos.
Desde luego carecen de cualquier validez formal, pero en la práctica operan como profecías auto-cumplidas, pues revelan a la población la manera en que va a decidir. La divulgación de lo que piensa una muestra, convertida luego en propaganda, sin duda influye en la determinación final de muchos otros votantes.
Bajo cierta lógica, si una o varias encuestas profesionales son capaces de “auscultar” con relativa exactitud las preferencias políticas de los ciudadanos, en teoría eso nos ahorraría la enorme tarea de organizar comicios exhaustivos y onerosos.
Las encuestadoras operan como una especie de Notario Público que da fe de la manera en que piensa un determinado país, estado o municipio. “La muestra que yo tomo y la información que recabo de cada persona elegida refleja puntualmente el parecer de toda la población”.
Una opción, es que el INE, la autoridad electoral, hiciera una valoración de la actuación de las encuestadoras respecto a los resultados de la elección. A manera de las estrellas con que se califica a hoteles o restaurantes, las empresas serían clasificadas de acuerdo con sus resultados “profesionales”.
Hoy veo, con preocupación, que existen analistas y opinadores que prefieren tomar como buena la encuesta de Massive Caller, realizada por un robot que produce llamadas telefónicas, con tal de generar la esperanza de un triunfo de Xóchitl, a pesar de que difiera por 30 puntos de las encuestas levantadas y publicadas en sus propios diarios.
En suma, el tema de las encuestas es cosa seria, va más allá de un efecto colateral o secundario. De su desempeño también depende la credibilidad de una sociedad en los procesos electorales.
El semanario de Coahuila


