Andrés Manuel López Obrador, es el virtual candidato presidencial de Morena, un político tozudo como pocos y cuya persistencia me parece admirable, ya soltó el primer jab a José Antonio Meade, su mayor adversario en la carrera por Los Pinos. Lo recibió con una tripleta de epítetos. Así, le dijo “señoritingo, pelele y títere”. Pácatelas. Meade no esperó demasiado para devolverle los “cumplidos” y hasta agradecerle.
“No le pegó a ninguna de las tres. Yo le agradezco la primera, la parte de joven, de espíritu, de corazón, sin ninguna duda, (pero) la parte de arrogancia creo que es lo único que no le queda a mi persona y lo de acomodado tampoco”, reviró a López Obrador el ex titular de Hacienda y hoy candidato presidencial del PRI.
Este primer tanteo o round de sombra si se quiere para seguir un poco con la jerga boxística podría marcar el tono de lo que viene entre ambos políticos y, allí sí, candidatos a la silla presidencial de Los Pinos.
Pero, y por tratarse de hecho del primer escarceo verbal entre ambos contendientes, quizá resulte útil hacer notar a los dos la inutilidad de ese tipo de recursos verbales, o devaneo. A ambos les pregunto: ¿qué aporta este tipo de dardos verbales al país que aspiran a gobernar?
Supongo, espero, que muchos electores mexicanos nos asomamos a la arena pública del país con la esperanza al menos de escuchar ideas, planes, proyectos y hasta sueños e ideales de quienes tienen la alta responsabilidad ya desde ahora de disputar el cargo público más alto del país. ¿Me equivoco?
Cualquier calificativo personal en contra de un adversario o competidor político nada aporta en este sentido. Al contrario, carcome la precaria civilidad nacional, lo que pudiera quedar de ella. Más todavía, si se trata de aspirantes a la primera magistratura del país.
Por favor, señor López Obrador, señor Meade, ahórrense ustedes y a todos los mexicanos, sus lanzas verbales de baja catadura. Si lo hacen, enviarán un mensaje civilizatorio al país, que lo requiere. Pero además, elevarán ustedes mismos su condición de aspirantes legítimos a la presidencia del país, y ganarán respeto.
Antes que lanzar calificativos vergonzantes, estoy convencido de que la mayoría de mexicanos queremos escuchar de ustedes sus proyectos, razones y motivos que los animan a competir por la presidencia.
Eso es lo que nos falta y queremos saber. Es tiempo, ahora que empieza la competencia, de que eviten los improperios y nos compartan sus propuestas para solventar los grandes y graves problemas nacionales.
¿Es pedir mucho…acaso? Es lo mínimo para empezar, creo. El país merece y exige propuestas, no vergüenzas.