Enviado por Andrés A. Aguilera Martínez.-
Como lo hemos venido expresando en este espacio, las emociones son las que van a marcar el rumbo de las elecciones en México.
El enojo contra el gobierno; la desilusión por la cuestión pública; la inequidad y desigualdad rampantes y acentuadas durante las últimas décadas; la percepción de ineptitud de las autoridades y políticos; los penosos y lamentables escándalos de corrupción; la violencia que se incrementa día con día; la impunidad y la criminalidad que merman la tranquilidad de las personas; en conjunto con una serie de errores políticos y de comunicación, son factores que marcan la ruta que habrá de seguir la gente al momento de marcar la opción política de su preferencia.
De conformidad con la mayoría de los sondeos y encuestas publicadas en diversos medios de comunicación, la tendencia pareciera consolidarse entre un claro primer lugar que, a juicio de muchos, representa el cambio absoluto de lo que representa el régimen actual; mientras que el segundo es disputado por opciones políticas que han gobernado y que, han dejado resultados que, por decir lo menos, la mayoría de la gente considera pobres.
Para un gran sector de la población el continuismo no es opción; por el contrario, resultaría anti-natura que alguien, que no fuera beneficiario del régimen, apoyara esta posibilidad, pues el juicio está dado: el gobierno le ha fallado a la gente y no han cumplido con lo que ofrecieron hace seis años.
El enojo -que más parece odio- ha generado una condena casi generalizada.
El odio hacia el continuismo ha abierto la posibilidad de una nueva alternancia.
La oposición al actual régimen sabe que tienen un amplio margen de lograr ganar tanto la presidencia de la República como un número importante de curules y escaños en el Congreso de la Unión.
Así se formaron dos frentes que, más por sus dichos que por sus programas, se definieron como antagónicos a la actual administración.
Uno, encabezado por un Frente de Partidos y otro por un liderazgo -definido por Max Weber- como carismático. Ambos tienen como principal bandera el cambio y como aliado al odio y a la desesperanza.
Sin embargo, el miedo está jugando un papel preponderante. Así, tanto el candidato del Frente como el que representa la continuidad, juegan con este factor en contra del puntero.
La posibilidad de una dictadura en México, la fuga de capitales, el perdón y el olvido hacia los criminales, la pérdida de libertades y el autoritarismo son cuestiones que -se quiera o no- generan temor en la población, lo que crece de forma exponencial y que, inevitablemente, será un factor decisivo en el resultado de la elección.
Por ello podemos afirmar que el enojo y el miedo serán los sentimientos en disputa en esta elección. No las capacidades y menos las ideas.
La sentencia está dada: quien sea el candidato que logre conjuntar estos dos sentimientos a su favor o logre imponer uno sobre el otro, será quien acceda al poder gubernamental de México.
A eso le apuestan las campañas, al tiempo que encaminan al país hacia un rumbo incierto y poco alentador para quienes aspiramos, verdaderamente, hacia el bienestar y el desarrollo.